El día ya se ha puesto, la flor que se cerró escondiéndome callada su corazón de olor. La tarde ya se fue, tus ojos no me miran y mi paseo triste es una eternidad. Yo vengo aquí a cantar la pena de mi dolor que es una pena tan chiquita que ni puedo entender yo. El cielo se cristaliza, la luna parece rondar, mil estrellas distintas y no pretendo distinguir. Mi pequeña mujer callada un silencio me dejó, los amigos desde lejos me hablan de su amor. Yo vengo aquí a cantar la ceguera de mi ser que es una ceguera tan grande que ni la luz me deja ver. Ven que te quiero decir ver, compartir, tanto querer, ven que tenemos los dos mirar, callar, tanto que hacer. Y nos iremos los dos recogiendo grillos y piedras de los caminos para irlos después devolviendo por otros lejanos derroteros. Tú ya te fuiste tú quizás también te irás recorriendo esas playas, buscando sin cesar. Y de tanto ir hurgando tu corazón florecerá si para ti ese día llega verá nuestra felicidad. Yo vengo aquí a cantar del volar de las palomas que vuelan ciegamente para un día anidar. Nuestras manos enredamos, rezamos sobre un colchón jugando con nuestras risas y llorando también. Y vamos así luchando, a veces sin saber en qué acantilado profundo habremos de descender. Yo vengo aquí a cantar esto que sabemos todos, sentir qué llevamos adentro como ternura o como dolor Ven, que te quiero decir, sobre tu hombro he de llorar. Ven que juntos tú y yo nos iremos así, cantando los dos. Silenciosamente, los ojos abiertos, las vertientes nos darán de beber y quizás así lograremos la paz de un amanecer.