Mañana cuando era tan pequeño por el Acantilado del Obispo caí persiguiendo un pájaro sin dueño y aterricé en un polvorín de arenas movedizas bajo un cielo de betún, caracolas que agonizan sin decir ni mu. Cuando el gallo a sueldo de la madrugada, llegó con su kikirikí, desperté soñando que viajaba desnudo con un maletín de arenas movedizas bajo un cielo de alquiler, alfileres que agonizan antes de nacer. A mi cita fui pero el horizonte se había cansado de esperar, me llamó san Pedro por mi nombre y no le quise contestar. Y arenas movedizas bajo un cielo de almidón, paquebotes que aterrizan sin pedir perdón. Arenas movedizas bajo un cielo regaliz, ascensores que agonizan por la cicatriz.