Me estremeció la mujer que empinaba a sus hijos hacia la estrella de aquella otra madre mayor. Y cómo los recogía del polvo teñidos para enterrarlos debajo de su corazón. Me estremeció la mujer del poeta, el caudillo, siempre a la sombra y llenando un espacio vital. Me estremeció la mujer que incendiaba los trillos de la melena invencible de aquel alemán. Me estremeció la muchacha hija de aquel feroz continente, que se marchó de su casa para otra de toda la gente. Me han estremecido un montón de mujeres, mujeres de fuego, mujeres de nieve. Pero lo que me ha estremecido hasta perder casi el sentido, lo que a mi más me ha estremecido son tus ojitos, mi hija, son tus ojitos divinos. Me estremeció la mujer que parió once hijos en el tiempo de la harina y un quilo de pan y los miró endurecerse mascando carijos. Me estremeció porque era mi abuela además. Me estremecieron mujeres que la historia anotó entre laureles. Y otras desconocidas, gigantes, que no hay libro que las aguante. (1975)