No quiero que el tiempo vaya marcando el paso del verso que me estalla, no necesita el aire ningún diapasón, mi voz es el viento. No quiero y no creo que el tiempo solicite la luz cada mañana, que las estrellas salgan al anochecer, pues las llevo dentro. No, no voy a hacerlo más, que cuando miro atrás no veo nada, y no es cuestión de concederle tiempo al tiempo. Si hay algo que es mío, es este inexorable latido que me mide con balas diminutas en el corazón; yo aprieto el gatillo. Para que dispare lo más pronto posible esa sed de sentimientos que quedó insatisfecha de tanto esperar, ya no espera a nadie. Y a mí qué me importa que la prudencia exija que el tiempo se parcele para quemar etapas con moderación; los años son horas. Después de la noche no dejaré que vuelvan las horas a su sitio, la geografía deja de ser inmortal; es fuego es el orden.