"Tan pronto por aquí" dijo el tío Marcial con un gesto de asombro, cuando la vio venir con su blanco sayal y la guadaña al hombro. "Tengo mucho que hacer, no me puedo morir... vete a cortar el césped." "Al contrario, Marcial, te debieras sentir feliz de ser mi huésped. Has trabajado bien, hora es de descansar bajo losa de mármol para alguien como tú, al mundo ya dejó un hijo, un libro y un árbol". "El árbol que planté, benemérita acción porque ya quedan pocos en mi pobre ciudad, era un sauce llorón. Llorón pero sin mocos. Pero resulta que tenían otro plan las urbanizaciones: pobre sauce llorón, ya secó el alquitrán tus verdes lagrimones. El libro que escribí y que a nadie plagié, era un grueso volumen donde con ilusión puse todo lo que guardaba en el cacumen. Pero resulta que, sopesando el papel de muy mala manera, dijo el inquisidor: a la pira con él. Y pereció en la hoguera. Y el hijo que me dio mi adorada mitad, nos salió inconformista o quizá intelectual o emigrante quizá o, en fin, quizá turista. Porque resulta que, nacido en un país de gritos iracundos tuvo que abandonar y ahora vive en París... se fue por esos mundos. Y la próxima vez te juro que seré, oh patria, algo más práctico: te dejaré un borrego, una fotonovela y una flor de plástico." "No habrá próxima vez, Déjalo ya, Marcial..." le respondió la muerte. La guadaña zumbó. Así que, menos mal, hemos tenido suerte.